Carta del Niño Jesús a los niños

Por: Laura Aguilar Ramírez
Para: Puntadas católicas
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Querido niño:

Un día abrí los ojos en éste mundo. Estaban los tiernos ojos de mi madre mirándome con tanto cariño y amor, que no sentía el frío.
Mirando a mi alrededor encontré otros ojos  asombrados: después supe que eran un buey y un burro que apacentaban en el pesebre donde nací.
Supongo que me miraban asombrados porque no habían visto un niño en ése lugar y mucho menos, tanto amor a su alrededor.
¿Puedes imaginarte a ésos pobres animales cansados de tanto trabajo? No creas que los posaderos que se negaron a dar posada en su casa a mis padres, trataban de mejor manera a sus animales.

A veces sonrío cuando miro los cuadros tan bellos que pintan de mi nacimiento:
El buey y el burro tan robustos y bien comidos; el pesebre limpio y lleno de paja; la cueva... porque has de saber que era una cueva... limpia y fresquecita. Hasta se imaginan un dulce olor de la paja.

Si hubieran estado ahí, tal vez se decepcionarían:
El buey y el burro no tenían tanta paja para comer; ése día, renunciaron a su comida, porque mi padre formó con ella un lecho para mí. Y estaban medio esqueléticos por exceso de trabajo y poco alimento.
La cueva olía a humedad, no había luz porque por supuesto a nadie se le hubiera ocurrido encender un farol para los animales, ¿verdad?

Mi padre encendió fuego con un poco de paja y dos pedazos de madera para calentarnos y alumbrar el lugar. Supongo que por éso, los animales también estarían asombrados.

Mientras mi madre se recuperaba y yo me fortalecía para el viaje de regreso a casa, mi madre limpió el lugar... ya ves cómo son las madres.. no les gusta que sus hijos vivan en la suciedad. Bueno... por lo menos, mi madre así era. Mi madre también hizo nuestra ropa. Habían traido una poca para el viaje. A mi madre éso de la costura se le daba muy bien y hacía ropa con lo que encontrara a su paso.

Mi padre, construyó unos muebles de madera, pues era carpintero y con cualquier palo hacía bellezas.
Lo primero que construyó fué mi cuna.

Llegaron unos pastorcitos que en los cuadros los pintan limpios como recién bañados, alegres, con sus ovejas gordas y bien comidas. Si hubieran visto a los pastorcitos que llegaron, tal vez se les habría caído el pincel: estaban flacos, ojerosos, preocupados porque el pasto no crecía ni tenían para darle alimento a sus ovejas.
Acudieron presurosos a la cueva, porque un ángel les anunció que había llegado el Mesías, su salvador.
Y se quedaron sorprendidos al ver la cueva... imaginaron tal vez que encontrarían un rey en un palacio que les daría de comer y atendería todas sus necesidades.

Iban entrando de uno en uno, mirando asombrados el que alguien pudiera vivir en ése lugar y verlo limpio y arreglado; viendo a mi madre sonriente a pesar de lo precario de la situación. No podían creer que ése niño fuera su salvador. Tal vez yo tampoco lo hubiera creído si fuera ellos.

Algunos, se alejaron tristes porque no era lo que esperaban, pensando: otras bocas que alimentar si no alcanza ni para nosotros.
Otros, se alegraron porque reconocieron a alguien como ellos y compartieron sus pocos víveres con nosotros, pensando: Por lo menos, ha llegado gente sencilla y alegre con la cual convivir.

En fin... así pasamos un tiempo.

Y llegaron finalmente, mis otros invitados: los tres reyes magos como los llama la tradición; que ni eran reyes, ni eran magos la verdad sea dicha, pero sí gente de gran corazón a los cuales también les llegó la invitación de parte de Dios, mi Padre.

Ellos, no se sorprendieron de ver el lugar en el que nací. Ellos, sabían que llegaría un Mesías, que llegaría a la tierra de Israel aunque desconocían el lugar exacto. Ellos se sorprendieron porque había una estrella, la misma que los había guiado y alumbrado su camino.

Trajeron oro, incienso y mirra como regalos que por supuesto, no fueron para mí. Yo era muy pequeñito como podrás suponer y no habría sabido qué hacer con ellos. Pero mi madre si que supo lo que hacer: repartió el oro entre los pastores que por lo menos pudieron encender fuego en sus hogares y guardó un poco para nosotros; encendió el incienso para orar a Dios por nuestras necesidades y las de los pastores. Y con la mirra, elaboró perfume para obsequiar al posadero y otros vecinos del lugar y también la utilizó para elaborar algunas medicinas para sanar las dolencias de los pastores. ¡Hasta el burro y el buey, alcanzaron medicina! Mi madre era maravillosa.

Mi padre era callado. Mientras mi madre se afanaba en sus quehaceres, mi padre hacía los arreglos necesarios para hacer de la cueva un lugar habitable. Asi fueron mis primeros meses.

Pronto, tuvimos que huir y dejar ése lugar tan lindo que me gustaba tanto. Como sabrás, había un rey malvado que no deseaba mi presencia. Pero bueno... ésa es otra historia, que después te contaré.

Como ves, Dios, mi Padre tiene una maravillosa manera de hacer las cosas.
Tal vez, al escuchar mi historia, puedes reconocer la tuya propia y darte cuenta que por ventura y gracia de Dios, tú también tienes una madre maravillosa como la mía y un padre laborioso como el que Dios puso para cuidar de mí y de mi madre.

Este Navidad en que el mundo celebra mi nacimiento, deseo que el oro, incienso y mirra que los reyes trajeron de regalo y mis padres distribuyeron tan benignamente, lleguen aunque sea en forma minúscula a tu hogar.

Ah.... me olvidaba. Hay un personaje gordito y simpaticón al que llaman Santa Claus, que ahora ha tomado el lugar de los reyes magos en la vida de los niños. Su historia también es muy bella y su corazón también es muy noble. El ayuda a los reyes a llevar regalos a niños que todavía no conocen la verdadera historia.

¿Me ayudas a contarla, tú que ahora la conoces?


Con cariño
Jesús
el niño del pesebre